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LAS MEMORIAS

  • Foto del escritor: CORAZONCALLI
    CORAZONCALLI
  • 21 sept 2020
  • 4 Min. de lectura

ESTUDIO DEL CONOCERSE A SI MISM@ / PARTE 2

Enseñanza de "Autonomía Espiritual" de Kelvara Theocal


La conciencia personal consiste en «memorias vivenciales», es decir, patrones emocionales asociados a imágenes mentales que les dotan de significado. Porque la conciencia personal al archivar vivencias y no experiencias, contiene la contabilidad subjetiva de lo que “creemos” haber vivido. Esas “memorias” incluyen respuestas adaptativas reactivas, lo que implica que la conciencia personal esté determinada por algo parecido a programas informáticos semiautónomos – los referidos “yoes o personalidades“ – que parecen marcar una dirección unitaria a la vida individual, al amparo de una superestructura ilusoria que no es más que pura suposición mental – el YO-EGO – de naturaleza básicamente mecánica, en el cual únicamente nos lleva a ser unos autómatas.


Este Yo-Ego es, pues, un sucedáneo del Ser, un ente ficticio, un espejismo mental que ocupa el espacio donde se enseñorea la ignorancia humana, mera excrecencia psíquica apoyada en programas instintivos, memorias e interpretaciones subjetivas automatizadas.


La estructura instintiva heredada por el reino humano representa la respuesta adaptativa, inteligente y global, del propósito de la Creación a los retos representados por las variadas condiciones que definen los nichos vitales del planeta. Y si bien en la fase animal cada instinto era una respuesta acotada a un cierto contexto existencial, en la humana, cuando se hace patente la totalidad de la respuesta instintiva de la vida, salta por los aires cualquier límite o restricción.


Entonces se presenta un nuevo paradigma que está destinado a ser regido por un principio superior, aquel que constituye el potencial propio del género humano: la conciencia iluminada, es decir, la consciencia.


El plano mental es una de las dimensiones de la naturaleza, sede de todos los códigos de la forma. Nuestra mente individual representa una terminal de la mente universal, de la que realmente no ha estado ni estará nunca separada.


La memoria, función de la mente que registra lo vivido en cualquiera de sus estratos (subconsciente, inconsciente o consciente), no es, como ya se dijo, una suma de experiencias, sino el archivo subjetivo de todo lo que creemos haber experimentado. Es así como la memoria, cuya referencia siempre es el pasado, se convierte en el principal basamento de la conciencia personal. Esto es algo muy distinto a la consciencia, cuyo ámbito natural es el presente.


Esa ilusoria entidad Yo-Ego, al venir informada con la pulsión interna de mantener la existencia, está programada para intentar sortear cualquier circunstancia que perciba como una amenaza al existir. Por eso el propósito del funcionamiento obsesivo del Yo-Ego es obtener el control total para así responder a dicha pulsión y exorcizar su miedo a la muerte (a la posibilidad de no existir), lo cual desemboca en la fiebre del hacer.


De ahí que Adi Sankaracharia, legendario maestro espiritual hindú del S. VIII, dijese en su obra «Atmabhoda»:


“La acción no puede destruir la ignorancia porque la primera no está en conflicto con la segunda. Tan solo la comprensión que otorga el conocimiento es capaz de destruir la ignorancia, como tan solo la luz es capaz de diluir la densa oscuridad”.


Cuando la vida humana está bajo el comando del Yo-Ego, nuestro hacer es puramente mecánico. No obstante, hay una forma de salir de este círculo vicioso, y se llama ATENCIÓN.


Atender es como mirar sin las gafas del juicio, prejuicios y postjuicios, porque no se parte de un posicionamiento que suponga el aferramiento a una parcela de la realidad percibida, convertida en parte de “mi“, que se tenga que defender.


Con esa actitud se está en disposición de observar en libertad para impregnarse con la esencia de lo observado, sin pasarlo por el filtro discriminador de las memorias; así se puede comenzar a “ver“ la realidad tal como es. Esta es la mirada del niño, de la inocencia, la mirada de quien no está lastrado por ninguna identidad.


Visto el papel esencial de la mente como núcleo del Yo-Ego, ese proyectador del espejismo separatista en que creemos vivir, el místico y poeta persa Rumi (1207 – 1273) exclamaba: “¡Decapítate a ti mismo!… Disuelve tu cuerpo entero en Visión: ¡vuélvete ver, ver, ver!”.


El autor inglés Douglas Harding en su obra «No Tener Cabeza», va en la misma dirección al decir: “La luz irrumpe en ámbitos secretos. Cuando la lógica muere, la verdad salta a través del ojo.”


Dentro de la cosmovisión mesoamericana hay un planteamiento que quiero conjugar: TLACTIPAC es el plano en el que vivimos; nuestro lugar de acción; donde se pone a prueba lo aprendido y trabajado; donde luchamos contra nosotros mismos. El centro es sagrado; el lugar donde interactúan las fuerzas celestes y las del inframundo; el lugar de la reconciliación de los opuestos: vida y muerte.


El trabajo en éste plano es trascendental. Tiene como fin encontrar el Centro para vivir en el aquí y el ahora (Nican Axcan) para conquistar nuestra libertad y trascendencia de lo humano.


El camino al centro conlleva dificultades en el encuentro con uno mismo. La lucha interna es individual e intransferible. Consiste en “darnos cuenta” de que:


1° lo verdadero, real y cierto en éste mundo ni se ve, ni se toca.


2° el mundo material es solo un espejismo en el que se manifiesta la omnipresencia del espíritu.


3° que somos finitos (mortales); que partiremos de ésta realidad y lo único que cuenta es lo que hayamos hecho estando aquí; en éste tiempo y espacio; con éste cuerpo y condiciones frente a la maravillosa oportunidad de que nuestro espíritu trascienda la muerte física.


Como dijera el maestro Guillermo Marín: "la lucha es contra la fuerza de gravedad que arrastra a nuestra materia a los abismos de la estupidez y la irresponsabilidad existencial”.


CONTINUARÁ...


Kelvara Theocal& Maestros

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Máscara mesoamericana de la dualidad.

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